lunes, 9 de julio de 2012


Sexta parte:

Entrada la mañana, tomé lápiz y papel y escribí una carta. Por lo demás, solamente había que esperar…
Al día siguiente, Acosta se presentó en casa. Tenía las ropas de domingo y traía perfume de colonias. Cuando salí a recibirlo, me abrazó y dijo que todo había terminado. Que González se había entregado por su propia cuenta y que quería explicar que él era el responsable de la muerte del vasco; lo contó todo. Dijo que se entregaba para evitar una doble condena y que él no era responsable por la muerte del chico Acevedo. 
–Como usted bien sabe, el chico Acevedo está gozando de excelente salud. Alguien –dijo mirándome a los ojos con ironía– debe haberle hecho creer que el chico también había sido muerto, y claro está, para un tahúr como González, que conoce las leyes, era indispensable no pagar el doble por una muerte que él no había provocado. Agregó:
–No quise esperar para verlo, Cipriano, porque esta mañana cuando leí el anónimo que recibió González no pude dejar de reconocer su letra. Me hice el desentendido, por que efectivamente el anónimo había llevado al asesino a confesar la verdad, pero ahora quiero que me diga, por la santa virgencita, cómo hizo para darse cuenta de todo.
 –Sientesé y tome un mate, Acosta. Le voy a contar:
Habrá notado que ante la necesidad de urgir un plan con poco tiempo, los nervios y los errores son inevitables. Un buen observador debe enfocarse en estos errores más que en las evidencias. Elaborar un episodio a partir de las pistas visibles, puede ser un camino peligroso, pero si, por el contrario, imaginamos el episodio como una gran obra de teatro en que el guión ya fue escrito, sólo nos queda ir poniendo a cada actor en su lugar para entender el papel de cada uno en el argumento.
La noche en que llegamos hasta el rancho del vasco, no tardé en notar que las huellas de los caballos eran diversas. Creo haber comentado con usted ese detalle. Mirando más detenidamente noté que las pisadas que llegaban a la casa eran de caballos herrados (como la mayoría en estos pagos) pero que las huellas que salían del campo de Arriaga eran de cascos sin herradura. Sabemos por el chico que no hubo visitas. Sabemos también que ese día tuvo lugar una breve llovizna que bastó para embarrar el camino.
Seguidamente, hablé con el Pardo y con Vena. El primero me contó sobre los motivos del asesino: Arriaga debía ya a González más de doscientos pesos. Arriaga y González se fueron casi juntos, pero cada uno por su lado. Vena me confirmó los nervios de González y la compra de naranjas amargas en su almacén.
Antes de volver a casa estuve recorriendo los caminos y llegué a la conclusión de que había solamente dos trayectos posibles, sin embargo estos dos trayectos se unían en una cortada a mitad del recorrido. Allí me dirigí sin pensar y ahí mismo encontré la evidencia que necesitaba… La cosa fue así:

(continúa)

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