Siempre entendí que de todos los
atributos que una vida puede tener, la fragilidad es la que acaso más la
representa. La vida es frágil. Débiles soplos pueden apagarla. Sin embargo, a
nadie le esta vedada la gloria pasajera; no hay persona que no haya sido,
involuntariamente, un gran héroe, una gran persona.
Es en esos momentos cuando la vida se
eleva a los más altos valores de lo absoluto. Fuera de la literatura nos parece
difícil encontrar esas acciones de valor y de grandeza, sin embargo la historia
nos abre las puertas del pasado –siempre serviciales para los tejedores de
mitos– y nos ofrece una extensa lista de héroes. Sus historias son las que repetiremos
para probarnos que el mundo es algo más que lo que se extiende más allá de los
símbolos y de las representaciones, de la materia y de las palabras.
Todas estas reflexiones me fueron
siendo reveladas a medida que mi admiración por Cipriano crecía. Como ya he
dicho, aquel hombre fue mi mayor referente y sus conversaciones profundas me
hacían olvidar los personajes de fantasía, para ir delegando esa devoción hacia
su persona, de la que tanto aprendí. Quiero decir con esto que Cipriano se iba
convirtiendo, poco a poco, en mi héroe mayor.
Actualmente dedico muchas de mis tardes al hábito de la guitarra, oficio que aprendí de mi tío. Muchas de las canciones que me gusta interpretar se las oía cantar a este hombre, entre mate y mate, en la casa que compartíamos. Muchos años pasaron de aquel tiempo, pero cuando pulso las cuerdas los recuerdos me vienen como "en tropilla", tal como hubiera dicho Cipriano. Gracias a la guitarra conocí muchos pueblos y muchos amigos. Quizás deba todo eso a Cipriano, que fue quién me educó en el arte de la música y la milonga, pero también en el de los silencios y las buenas costumbres.
Ya pronto conocerán ustedes otra anécdota de mi tío. Por ahora los convido con una canción que me recuerda los años de andanzas junto a mi héroe y que evoca la nostalgia de caminos recorridos: "De corrales a tranqueras".
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