miércoles, 27 de marzo de 2024

A propósito de lo que se resiste a morir



Encontré esta mañana un gato muerto debajo del auto. Ya sabemos, al menos, qué era ese olor. Siento por los gatos una especie de admiración, casi envidia. Se mueven por este reino con firmeza y sé que conocen el secreto. Son fuertes, espiritualmente fuertes, y dominan su ámbito con la maestría de los furtivos. Por eso sentí que hoy el destino me ponía una prueba.

Casi con asco saqué ese cuerpo, como de muñeco poseído por el vacío, con un rastrillo. Tratando de ver sin mirar, esquivando las impresiones que sabía que iban a quedar en la memoria. Si uno mira, pierde. Por eso no duermo de noche, por la inmensa galería de impresiones que guardo, y que mi mala memoria adorna para el placer de mis infiernos. ¿Te acordás cuándo tenías mucho frío, y yo tenía que vestirte y abrazarte para dormir? Ya el solo hecho de acostarme es un calvario en el que tarde o temprano va a desfilar la procesión de imágenes, vos y yo, juntos. Éramos un buen equipo. No fue fácil meterlo en la bolsa, porque era chica y porque me impresionaba hacer contacto visual con esos ojos vacíos. Sentía la muerte gravitando un espacio de la casa que es mío, queriendo decirme algo. ¿Qué cosa dentro mío estaría muriendo y yo no dejaba ir? ¿Qué desfile de recuerdos estaban vacíos de espíritu y me empecinaba en revivir?

Yo no sé cuántos días habrá estado ahí abajo, descomponiéndose, muriendo su muerte solitaria de gato de la calle. Y ajenos a esa muerte, mis recuerdos y yo moríamos una muerte paralela, silenciosa y furtiva como la de ese gato.


Yo con vos quiero todo, y más. Yo te amo toda, siempre. Es tanta la fascinación con la que te miro que te admiro, y trato de adivinar en qué otra vida nos quisimos, porque el sentimiento era casi una sed. Lo tapé con diarios, para evitarme el recuerdo, evitando un pasado a futuro. Qué difícil es olvidar cuando un solo rincón de la ciudad te trae de nuevo a mi mano. Mentalmente edifico una ciudad nueva en la que no estás ni estuviste. Y te vuelvo a poner ahí, actriz de mis propios escenarios del dolor. 

Puse una bolsa dentro de otra, y sentí tristeza. La vida ya había abandonado a ese gato. La vida misma se pasearía ahora por mi calle, mirándome con ironía, con burla. Buscaría algo nuevo en lo que posarse, y me habrá mirado como con asco. ¿Qué otras cosas tendrán que morir para que nazca nuevamente, en mí, una noche de sueño, de paz, de poder cerrar los ojos sin traerte? Hoy un gato murió en mi puerta, porque el universo da señales hostiles a los tercos. Hoy un gato se quedó en mi memoria, sin vida, para decirme que el pasado es materia inerte, y que tuve que juntar en una bolsa mientras pensaba y evadía y caminaba esa realidad paralela que hace meses inventé para nosotros sin que supieras, y lo encomendé a Dios, a la naturaleza, para que vuelva a la fuente. Si todo amor vuelve a la fuente, pido de paso que también el mío allí regrese. Y, sin embargo, ¿por qué insiste en querer animar un cuerpo ya vacío? ¿Por qué insiste en no ver que yo también ya estoy, de algún modo, muerto?