Recabarren
(Sobre "El fin", de J. L. Borges)
“Mirar
el río hecho de tiempo y agua
Y
recordar que el tiempo es otro río,
saber
que nos perdemos como el río
y que
los rostros pasan como el agua”
("Arte poética", El hacedor,
1960)
En los vastos análisis sobre el cuento “El fin”,
de Jorge Luis Borges, mucho se ha dicho sobre las circunstancias formales del
cuento. Mucho se ha dicho sobre el trabajo de las descripciones y la trama,
sobre los guiños al Martín Fierro y sobre algunas concepciones filosóficas que
se prestan a estudio en el cuento que continúa la historia de Martín Fierro,
dándole al poema un final que Hernández dejara abierto. Para el citado trabajo,
Borges utiliza como personajes a Martín Fierro y al moreno con quien el gaucho
mantuvo la famosa payada hacia el final del poema. Estos personajes no son
nuevos y tal vez por ese motivo, acaso por cautela, Borges no entorpece la
descripción de estos hombres de los que solo nos interesa su destino. Hay, sin
embargo, un personaje de invención propia, a quien el autor utiliza para
contrastar el vértigo de la acción que supone el tema del cuento. Dicho
personaje es Recabarren y, si bien muchas concepciones e interpretaciones se
han arrojado sobre su dualidad, pasividad y puesta en escena, en el siguiente
trabajo se pretenderá abordar un aspecto poco advertido del nombrado personaje.
Dicho aspecto involucra y relaciona la etimología del apellido vasco del
pulpero con un tema recurrente en la prosa de Borges y que veremos a
continuación.
En el libro Los abuelos vascos en el Río de La Plata (Editorial Biblos, Azul, 1995), del
investigador Alberto Sarramone, existe un capítulo dedicado al origen y
significado de los apellidos vascos. Por índice alfabético podemos encontrar
las raíces de las distintas familias vascas que poblaron la pampa. Si nos
detenemos en Recabarren, encontramos lo siguiente:
Recabarren: recavarren: parte baja del curso del arroyo.
Mi intención es, a continuación,
establecer una relación entre el significado del apellido vasco con la dualidad
temporal que el personaje supone en el relato, teniendo en cuenta la sentencia
de Heráclito, que compara el tiempo con un río.
Las descripciones que pintan a
Recabarren son pocas pero suficientes como para que entendamos que es un hombre
que había aceptado la parálisis como antes había aceptado la soledad y el rigor
de América; que vivía en el presente, como los animales; que ahora cumplía con
su destino de presenciar el fin.
Estos elementos descriptivos nos
proponen a un personaje que vive más allá del tiempo, que desde su mirada nos
cuenta una realidad a medias, que desde su mitad muerta supone la eternidad.
La infinitud, el destino y la
eternidad son los temas del cuento. En el duelo del final hay cifrada una trama
que se repite desde las batallas de Ituzaingó y de Ayacucho. Dicha trama se
repetirá por siempre, con otros nombres, en otros rincones.
Si entendemos que el tiempo es como
una rueda que gira infinitamente (estas palabras son del filósofo alemán
Schopenhauer, citado por Borges en “Nueva refutación del tiempo”, Otras inquisiciones, 1952), si
entendemos que la historia repite la historia, podremos entender que la
parálisis de Recabarren no es arbitraria, y que sirve para dar forma a esta
idea de circularidad de la trama en que el destino infinito de un hombre debe
ser cumplido con rigor, aún a costa de perder la vida y con ella todas las
circunstancias del presente. La inexistencia del tiempo y el presente son
opuestos que se unen en la resignada humanidad de Recabarren.
El tiempo es un río que fluye (la parábola es de Heráclito) y
que nos transforma. Ese tiempo, que camina lento en la vida del personaje como el curso de agua en un arroyo, es
un tiempo entre mágico y real ya que la historia de “El fin” es parte de otra
historia y los dos tiempos posibles son el de la llanura real de la pampa y
aquel otro que supone ese ámbito cerrado de la literatura y la ficción.
Dicho esto, la averiguación de la
etimología del apellido de Recabarren no es otra cosa que un elemento más
agregado al personaje al que lo rodean las descripciones y objetos de dualidad,
como el cencerro que puede leerse como un llamador al destino; la visión del
cerco rojo de la luna, que es augurio de la muerte; y sus días en el presente,
como los animales.
Cabe aclarar, hacia el final, que nuestra
capacidad de comprobar el uso intencional de la citada etimología en el cuento
es limitada. Aún así, en este ejercicio de relacionar conceptos, podemos
inventarnos que no hay cosas libradas al azar en la literatura y que las
coincidencias son parte de otra trama. En dicha trama, Borges conocía la
etimología y nuestra hipótesis es, acaso, válida.
F. D. S.